Crónica de un viaje a Alemania |
Escrito por Freebird |
Domingo, 04 de Enero de 2009 16:19 |
Para mi segunda visita al país germano, hice la maleta mirando el termómetro en la siempre fiable Web de BBC Weather. Cero grados de máxima, bueno, habrá que llevarse los calzoncillos térmicos. Mi otro temor (especialmente en fechas señaladas) era Iberia, ahora que parte del personal se está ganando el carbón a pulso con sus retrasos intencionados y la discutida huelga de celo del SEPLA. Por suerte no tuvimos problemas, y tras dejar a la perrita en casa de mi hermana, mi mujer y yo nos dispusimos a pasar 4 días en la capital bávara, Munich. Nada más aterrizar, comprobé la veracidad de lo que se dice de las Autobahn (autopistas). Y es que, como sabréis, no existe límite de velocidad. El taxista (Mercedes-Benz, como el 90% de los taxis de la ciudad) iba a 180 Km. /h tan tranquilamente, y lo curioso es que la tasa de accidentes es bastante inferior a la nacional. El Hotel NH Deutscher Kaiser está justo frente a la estación de ferrocarril principal, la Hauptbahnhof, muy céntrico. En Europa se suele cenar bastante antes de las 22 horas, así que nos dispusimos a comer algo nada más poner nuestros helados pies en la zona peatonal del centro. Cómo no, especialidades autóctonas: Weinerwurst, Weisswurst, Kartoffelnsalat y Pretzels, todo regado con Helles Bier (cerveza de color claro). Hay que especificar qué clase de cerveza uno quiere tomar. En la tierra de la Oktoberfest, el dorado brebaje adquiere una dimensión desconocida en nuestro país, hay tantas variedades que cuesta elegir. Por la noche las temperaturas bajan, lo que no impide a los locales practicar el patinaje en plena calle. A tal efecto, el ayuntamiento ha montado en Karlsplatz una pequeña pista gratuita rodeada de chiringuitos en los cuales se pueden degustar licores calientes como el ponche local (Punsch) o el vino aromático (Glühwein). No es un Rioja pero calienta el cuerpo que da gusto. Al día siguiente, volvimos a pasar por Karlsplatz (además yo quería confirmar la dirección de una tienda de guitarras que visitaríamos al día siguiente). De nuevo, la pista de patinaje está llena y los turistas embutidos en gorros y guantes de ponen ciegos a vinito caliente de buena mañana. El centro neurálgico de München (Munich) es Marienplatz. La fachada de la catedral mira hacia dicha plaza, y justo al lado vemos otro precioso edificio, el Rathaus (ayuntamiento). El gran reloj de la torre (Glockenspiel) es una de las atracciones de la ciudad: un gran dispositivo decorado con motivos bávaros que a las 5 de la tarde entra en acción, aunque finalmente nos quedamos sin verlo. El paseo obligatorio nos lleva a calles como Weinerstrasse, Theatinerstrasse y Maximillianstrasse. Sorprende la calma y el relativo silencio que reina en la calle, pese a estar atestada. Tanto en espacios cerrados (restaurantes, museos) como abiertos, los alemanes se comportan con mucho civismo, no se oyen ni gritos ni bocinas, el tráfico pedestre fluye en paz, entre locales, turistas, y perros. Si, los perros andan sin correa junto a sus dueños por el centro de la ciudad e incluso tienen el privilegio de entrar en tiendas y restaurantes. Los canes tienen, de hecho, más derechos que los fumadores. La calle es el único refugio de los turistas enganchados al hábito, no hay zonas de fumadores por ningún lado, un desastre. Pese a encontrar tabaco a la venta incluso en supermercados, apenas veo gente fumando y desde luego la calle está libre de colillas. En esta parte de Alemania (Bayern, Bavaria), el tiempo pasa despacio y las tradiciones están para ser respetadas. Muy poco tiene que ver esta pequeña ciudad con la megalópolis techno-juvenil de Berlín. Ya nos había dicho un camarero que Munich era como un pueblo, grande, pero al fin y al cabo pueblo. No sé hasta qué punto esto será cierto, pero me descubro ante los “pueblerinos” de la urbe, ya que sólo encontramos amabilidad, ayuda desinteresada y sinceras sonrisas. ¿Dónde están los alemanes típicos que visitan la Costa Brava empapados en crema solar y vaciando cervecerías? Los “guiris” a los que hosteleros y restauradores estafan año tras años conforman la clase media-baja de la sociedad germana. Cavilando sobre las diferencias en el tejido social entre ambos países me doy cuenta de que el taxi nos acaba de dejar en la villa olímpica, perfecto para un paseo de domingo. Un apunte rápido: el IVA es del 19% y se nota incluso en un miserable paseo en taxi, no compensa por muy cochazo que sea. Hay varios puntos de interés en la zona olímpica: el estadio, la torre, el parque, algunos recintos olímpicos reconvertidos en instalaciones municipales y por supuesto el museo BMW. El fabuloso Olympiastadion se conserva a la perfección desde su inauguración en los juegos olímpicos de verano de 1972, asientos y marcador incluidos. En la actualidad se utiliza para conciertos y actos culturales. Impresiona el diseño del recinto, en su día un hito de la arquitectura moderna. A pocos metros hallamos la piscina olímpica. Por el módico precio de 3 euros, uno puede zambullirse en tan histórica instalación (en la que no faltan los trampolines olímpicos ni la tienda de bañadores y souvenirs olímpicos). Todo el parque (Olympiapark) es zona peatonal, un paraje salpicado de escarcha con un hermoso lago artificial (helado, por cierto) y una colina cuya historia no deja indiferente. Tras la segunda guerra mundial, y durante la reconstrucción de la ciudad, cientos de cuerpos fueron apilados en dicho emplazamiento. Unas cuantas toneladas de escombros por encima, un poco de tierra, dejar reposar unas semanas y tenemos una colina artificial cuyo origen nadie quiere recordar. Último apunte sobre la guerra: no tuvimos tiempo de visitar el campo de Dachau (ahora convertido en monumento a la memoria colectiva, cumple funciones preventivas contra la amnesia histórica) pero lo dejaremos para la próxima vez. Pero sigamos con la visita dominguera a la zona olímpica. La colosal Olympiaturm se erige, similar a otras torres de comunicaciones como la de Seattle, a 185 metros sobre el nivel del mar y el paseíto en hasta la cúspide obliga a todo visitante a tragar saliva al menos un par de veces dado lo breve y vertiginoso del ascenso. De nuevo el clima juega en nuestra contra, el gran mirador está cerrado por peligro de desprendimientos, y es que caen grandes trozos de hielo de la antena. Nos conformamos (medio timados, eso sí) con hacer algunas fotos desde los ventanales. El minúsculo Rock Museum parece una excusa para poder cobrar 12 euros a todo el que quiera subir a la Olympiaturm. Si, hay alguna cosilla interesante, pero no deja de ser realmente pequeño. Unos pantalones usados por Freddie Mercury, alguna guitarra firmada, entradas de conciertos, algunas cartas de los Beatles y un piano cubierto de espejos utilizado por Elton John. Bueno, algo es algo. Por suerte, la cosa se animaría al llegar a la sede de BMW. No soy muy freaky de los coches ni del automovilismo, aunque al ser hombre, ¿cómo resistirme? El titánico edificio acristalado que alberga la gran exposición de vehículos nuevos es realmente impresionante, un conjunto de formas modernas bellamente iluminadas que realzan la sensación “high-tech” del lugar. A primera vista, no dista mucho de un centro comercial, por la cantidad de gente que viene a visitar las instalaciones: hay un café-bar, centro de negocios, librería, tienda de accesorios BMW y por supuesto una exposición interactiva que hace hincapié sobre los beneficios de las nuevas gamas de motores híbridos (a base de hidrógeno) que la marca bávara desarrolla en pos de un mundo mejor. Y coches, muchos coches, cochazos… Pero esto está lejos de acabar, ya que al salir de la gran cúpula de acero y cristal, nos espera el museo que se erige en los bajos del famoso edificio BMW. Un taxista nos dijo que su forma evoca 4 cilindros en honor al mundo del motor. El museo también es carillo pero vale la pena. Aunque no pude conseguir un pase de prensa, me llevé de recuerdo la tarjeta de visita del responsable de comunicación externa de turno, que me advirtió de la gravedad de publicar fotografías del interior del museo sin autorización. Dejo el enlace del álbum de fotos dedicado a BMW para vuestro disfrute y babeo y me arriesgo, que sea lo que Dios quiera. El diseño del museo es también digno de admiración: superficies refulgentes, coches bellamente apilados, decenas de motocicletas colgando de una pared de cristal y una gran escalera de caracol. No se ha dejado nada a la ligera, todos los grandes BMW de dos y cuatro ruedas están presentes, desde las legendarias motocicletas con sidecar del Afrikakorps hasta los prototipos modernos más ecológicos, pasando por el mítico Ysetta y por supuesto la serie M. Hay que ver qué bien hacen las cosas estos señores… Nuestro último día en territorio alemán estuvo dedicado a los Alpes bávaros y a visitar los castillos de Linderhof y Neuschwanstein, pero la capital bávara aún fue capaz de impresionarnos culturalmente. El Lenbachhaus acogía una exposición integral sobre Kandinsky, con cuadros traídos de las mejores galerías del mundo, desde París hasta Nueva York, que no pudimos perdernos. Musicalmente (lo que estabais esperando), Munich ofrece un buen surtido de tiendas que gasearán al más impertérrito guitarrista de nuestra comunidad. No tuve tiempo más que para visitar Heiber Lindberg (Sonnenstrasse, 15) y M.J.Guitars (Pariserstrasse, 32), pero con ambas tuve bastante. Heiber Lindberg musikstore es una gran tienda de dos plantas en la zona más céntrica de la ciudad. La selección es amplia y variada, con precios muy en consonancia con los grandes megastores germanos de la red. Hay una cabina de pruebas insonorizada (sorprende el silencio que hay en la tienda) donde 50 de los mejores cabezales aguardan a que escojas una guitarra para probarla. Mirando a través de una des sus gruesos ventanales, vi a un joven teutón de larga y rubia cabellera probando una superstrato Ibanez y con cara que querer comprarla, visto lo que disfrutaba machacando la sexta cuerda. La cultura musical está presente por todo el país, en cada familia hay uno o más músicos, el Rock es parte de la herencia alemana moderna, sin complejos ante la escena techno berlinesa o la monumental herencia clásica de la zona. El cénit guitarrístico del viaje fue sin duda la visita a M.J.Guitars, la tienda que Matthias Jabs (Scorpions) tiene en la ciudad, no sólo acabé comprando el pedal que buscaba, sino que tuve la ocasión de entrevistar a Matthias Jabs en persona y charlar con él acerca de nuestra pasión: las guitarras, por supuesto. El legendario guitarrista se portó de maravilla, muy amigable y sonriente, y además tuve la ocasión de verle tocar una de sus guitarras a todo volumen (“watch out, it’s gonna be loud!” dijo sonriente) y de retratarme junto a él. Salí en trance, flipado por la experiencia, me hice socio del club de fans de Scorpions allá por 1991 y Matthias Jabs siempre ha sido uno de mis “hachas” favoritos (aparte de la razón por la que tengo una Explorer blanca de 1989). El propio Jabs, junto a Michael Schenker, me firmaron la entrada del concierto que presencié en Zeleste (Barcelona) en 1993 (Face the Heat Tour). Antes de una semana veréis publicado un artículo con todos los detalles, fotos y por supuesto la transcripción íntegra de la entrevista de 45 minutos que mantuve con él. Como colofón musical, asistimos a una Jam Session de Jazz en el Jazzbar Vogler, que estuvo realmente bien. por Freebird 2009-01-04 / 16:18:51
|
Última actualización el Lunes, 05 de Enero de 2009 19:24 |